Cuando el COVID-19 va desmontando tu boda

Hoy he leído una historia que me ha afectado especialmente por sentirme próxima a la situación de los protagonistas.

Una pareja de novios tenían su fecha de boda para el 28 de marzo y, ante la situación del COVID-19, tuvieron que tomar decisiones difíciles y rápidas. 

Aunque la fecha de nuestra boda es para agosto y seguramente ya no estaremos en cuarentena, somos conscientes de que la situación no va a ser como siempre y probablemente haya restricciones que alteren planes como el viaje de novios o el número de invitados. 

Ahora, nos encontramos con 100 invitaciones de boda preparadas que no sabemos si vamos a poder repartir y nos hemos hecho preguntas difíciles. ¿Cuántos invitados habrá? ¿Podremos tener a todos nuestros amigos? En caso de que no... ¿Sería mejor aplazarla?

Y entre todas estas incertidumbres que amenazan un día tan especial para nosotros yo me he dado cuenta de algo, y es que a mí, personalmente, no me afecta demasiado si la celebración no es "perfecta". 

Es verdad que quiero que estén todos mis amigos, pero no son imprescindibles. Mucho menos lo es un vestido o la luna de miel. Para mí, lo único importante es el sacramento que David y yo vamos a recibir y la vida que vamos a iniciar a continuación. 

Y esto es así, precisamente, por no haber quemado etapas. Porque las cosas que más deseo son dormir abrazados, despertarme a su lado y poder darle un millón de besos, desayunar juntos, experimentar en la cocina, encargarnos de nuestra casa, jugar juntos, reírnos mucho, hacer planes y discutir sobre el lado de la cama que le corresponde a cada uno. 

Por eso, no me importa si nuestras primeras veces son en un crucero en Grecia o en nuestra sencilla casa, porque el día a día con David me resulta algo tan absolutamente extraordinario que ninguno de los planes que podamos hacer a mayores se le compara. 

Hoy más que nunca entiendo esa frase que tan poco me gustaba de "esperar es amar", porque precisamente por esperar tengo el corazón lleno de ilusión, alegría y asombro. Por esperar he aprendido a reconocer qué es lo verdaderamente valioso. Por esperar la felicidad es la protagonista a pesar de los inconvenientes. 

Para nada fue fácil cada vez que tuve que despedirme de David cuando lo que quería era retenerlo a mi lado para siempre. Tampoco fue fácil controlar los gestos de cariño que rápidamente se transformaban en otra cosa. No fue sencillo poner la distancia necesaria y, sobre todo, no es fácil esperar cuando el corazón lo quiere todo y ya. Pero si algo he aprendido, es que las cosas más valiosas en la vida no son fáciles, y el amor para siempre al que aspiro es lo más exigente a lo que me tendré que enfrentar. Hoy, a cuatro meses de casarnos, y en una situación de locura, sé que esperar es de las mejores apuestas que hemos hecho por nuestro futuro matrimonio y sé que cada día después del sí quiero confirmaremos que esperar vale la pena. 

Os dejo aquí la historia de Álvaro y María, espero que os guste tanto como me gustó a mí. 
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